A lo largo de nuestras vidas a veces nos ocurren cosas que no
deben quedar en el olvido. Cosas que deben pasar de padres a hijos
porque merecen ser recordadas. Voy a contar una pequeña historia que
espero que os guste.
Hace ya muchos años, cuando en España tuvimos
la mala idea de dedicarnos a guerrear entre hermanos, una persona muy
querida para mi tuvo que participar en ella. Se trata de mi suegro, que
ya desgraciadamente no está entre nosotros.
Mi suegro fue a la
guerra. Estuvo en el frente de Teruel, en Brunete, en Belchite y en el
Ebro, y es aquí donde empieza esta pequeña historia con la siguiente
carta:
Mi
suegra al recibir esta carta lógicamente pensó que su marido había
muerto, ya que durante largo tiempo no recibió ninguna otra noticia ni carta
suya que pudiera hacerle pensar lo contrario, y hasta recibía una pensión de 2 pesetas al mes. Pero Juan de Dios no
había muerto. Fue hecho prisionero en el Ebro y recluido en el campo de
concentración del Monasterio de Santa Espina en Valladolid. Durante su
reclusión no dejaba de acordarse de su Rosa, con la que había contraído
matrimonio unos meses antes.
Como he dicho, Juan no había muerto, y un día cuando la guerra acabó y fue liberado, volvió junto a su Rosa, y envejecieron juntos después de una larga vida de trabajo, sacrificios y de felicidad.
Durante su reclusión en Santa Espina, Juan de Dios no dejaba de pensar en Rosa, tanto que se atrevió a sacarle un fandanguillo. Rosa a lo largo de toda su vida de vez en cuando le hacía cantarle ese fandango. Yo cuando lo oí por primera vez y siempre que lo oía se me ponían los pelos de puntas.
Juan de Dios fue haciéndose viejo y el fandanguillo corría el peligro de perderse y olvidarse si no lo grabábamos en algún disco o cassette. Juan de Dios murió a los 85 años y el fandanguillo se fue con él.
Unos años más tarde, un día cuando mi hija Rosa Mari se iba para el colegio pidió a su madre una cassette para la clase de inglés. Mi mujer le dió una que no utilizábamos, pero no fiándose la probó antes de que se la llevara. Nuestra sorpresa fue mayúscula. Nuestro hijo Javier al que tuvimos la desgracia de perder a la edad de diez años se había entretenido en grabar con su radio-cassette entrevistas a su bisabuela Ascensión, a sus abuelos Fernando, Edilia, Rosa y Juan de Dios, dejándonos recuerdos de todos ellos, y en esa grabación de más de una hora estaba su abuelo Juan de Dios cantando el fandanguillo con más de 80 años.
Este es el fandanguillo:
Como he dicho, Juan no había muerto, y un día cuando la guerra acabó y fue liberado, volvió junto a su Rosa, y envejecieron juntos después de una larga vida de trabajo, sacrificios y de felicidad.
Durante su reclusión en Santa Espina, Juan de Dios no dejaba de pensar en Rosa, tanto que se atrevió a sacarle un fandanguillo. Rosa a lo largo de toda su vida de vez en cuando le hacía cantarle ese fandango. Yo cuando lo oí por primera vez y siempre que lo oía se me ponían los pelos de puntas.
Juan de Dios fue haciéndose viejo y el fandanguillo corría el peligro de perderse y olvidarse si no lo grabábamos en algún disco o cassette. Juan de Dios murió a los 85 años y el fandanguillo se fue con él.
Unos años más tarde, un día cuando mi hija Rosa Mari se iba para el colegio pidió a su madre una cassette para la clase de inglés. Mi mujer le dió una que no utilizábamos, pero no fiándose la probó antes de que se la llevara. Nuestra sorpresa fue mayúscula. Nuestro hijo Javier al que tuvimos la desgracia de perder a la edad de diez años se había entretenido en grabar con su radio-cassette entrevistas a su bisabuela Ascensión, a sus abuelos Fernando, Edilia, Rosa y Juan de Dios, dejándonos recuerdos de todos ellos, y en esa grabación de más de una hora estaba su abuelo Juan de Dios cantando el fandanguillo con más de 80 años.
Este es el fandanguillo: